(Por Juana C.C., Catalina D. y Greta S., alumnas 4º año EP)

Había una vez en un país de Europa, una chica morocha con ojos marrones, gimnasta y estudiante llamada Juana, a la que sus padres le buscaban un matrimonio. 

Ella no quería casarse porque deseaba vivir una vida de aventuras y un matrimonio arreglado no la dejaría hacer lo que ella quisiera y cumplir sus sueños, pero sus padres igual la obligaban. Entonces, decidió escaparse con su mejor amiga Catalina que la ayudaría para que sus padres no pudieran encontrarla y decidieron esconderse en el oscuro sótano de una escuela donde encontraron un extraño invento. Se acercaron para verlo más de cerca porque había muy poca luz, cuando de repente Cata se tropezó y con su codo apretó un botón rojo. Entonces todo empezó a dar vueltas. Intentaron salir de la habitación, pero ya era tarde. 

Cuando recobraron el equilibrio se escondieron detrás de unos barriles que encontraron. Desde allí vieron pasar a una chica que parecía alegre y divertida, tenía ojos celestes. Salieron de su escondite, se acercaron a ella y le preguntaron dónde estaban. Ella les contestó amablemente que estaban en un barco gigante de inmigrantes y les contó que se llama Greta. Juana y Cata empezaron a sospechar que algo malo había pasado y le pidieron si podía ayudarlas a volver a sus casas.

Greta les contestó: – ¿Por qué quieren volver? ¡Este barco promete llevarnos a América, una tierra de oportunidades!

Ellas le respondieron: -Es una larga historia …

Las chicas subieron a la cubierta del barco. Mientras caminaban por allí, una más preocupada que la otra, vieron un rostro conocido, y a los pocos minutos lo reconocieron. Gritaron a coro: – ¡Es Sarmiento! Habían leído sobre historia argentina y conocían la historia de ese importante señor.

En ese momento se dieron cuenta de que estaban en el pasado. Al escuchar ese grito, Sarmiento fue rápidamente hacia las chicas. Escuchó su larga historia y notando que eran tan valientes, aventureras e inteligentes, les ofreció trabajar en la Academia de Ciencias que recién estaba comenzando a armarse en Córdoba, provincia de Argentina. A pesar de que ellas querían volver al futuro, aceptaron el trabajo. No querían perderse la oportunidad de ser de las primeras trabajadoras de una academia de ciencias. Sarmiento les puso tres pruebas para ver si eras suficientemente astutas: encontrar el primer mapa de la capital de Córdoba, hallar el rubí hermoso más buscado, y encontrar un fósil de dinosaurio. Ellas las aceptaron y Greta se sumó, así que al bajar del barco y llegar al hotel de inmigrantes le contaron a Greta que eran viajeras del tiempo y que ese hotel en el futuro sería un museo. A Greta le costó creerles, pero su padre, Jorge Hieronymus, profesor de Botánica que había sido llamado por Sarmiento para trabajar en la Academia de Ciencias de Córdoba, siempre le decía que todo es posible hasta que se pruebe lo contrario.

Así fue como Greta comprendió la situación y decidió ayudarlas. El papá de Greta viajaba hacia Córdoba así que subieron todas a la carreta desde Buenos Aires. Sería un largo trayecto. Aprovecharon el camino para conversar con el papá de Greta que les contó que venía a estudiar la flora de la Argentina, sobre todo la de las provincias del norte, y a hacer un jardín botánico en el patio de la universidad de Córdoba. Jorge las felicitó por el desafío de querer trabajar en un país que recién comenzaba y les dijo que tenían que ganar el desafío de Sarmiento primero. Se durmieron con el ruido de la carreta.

Al despertar pensaron que era un sueño, pero no, estaban en Córdoba y fueron a la Academia de Ciencias a comenzar su aventura. Lo único que Sarmiento les había dicho de las pruebas era que tuvieran mucho cuidado, advirtiéndoles que el rubí, el fósil y el mapa habían sido robados. A ellas eso no les daba miedo, por eso no le dieron importancia. Su primera idea fue que la piedra estaría en un río, así que montaron a caballo para no ir tan lento. Al llegar, se zambulleron encontrando piedras de muchos colores y tamaños, pero no encontraron el rubí. Dos minutos después cayó algo haciendo un fuerte ruido, las chicas nadaron lo más rápido posible, pero al llegar… Para Juana fue algo que salpicó. Para Cata fueron peces que se chocaron con otros, y para Greta era el rubí buscado. Greta tenía razón, porque lo encontraron. Después de un rato salieron del río y aprovecharon para recoger muestras de plantas acuáticas para exponer en los museos de la academia. Llegaron al lugar en el que estaban atados los caballos para volver a la ciudad y ahí se encontraron a Sarmiento. Lo llamaron para que viera la hermosa piedra; él estaba maravillado por la valentía de esas jóvenes y por lo que habían logrado.

Las chicas montaron a caballo y siguieron su camino. Al llegar al bosque más cercano encontraron algo que sobresalía de la tierra y se acercaron para ver qué era. Rápidamente lo desenterraron. ¡Era el fósil de dinosaurio que buscaban! 

Descansaron y después de un rato continuaron su camino hasta llegar a unas enormes sierras, las subieron poco a poco y para que el caballo no se lastimase se bajaron de él. Cuando ya estaban a mitad de camino, las tres empezaron a quejarse, una más que la otra. Juana decía que quería descansar, Greta que quería dormir y Cata que quería tomar agua. Fue ahí cuando Juana tuvo una idea. Como ella era previsora, en su mochila traía una botella de agua, y un pequeño colchón inflable, y como ya era de noche se sentaron a descansar hasta el próximo día. A la mañana siguiente Juana se despertó con un grito, porque tenía una abeja en la nariz. Greta y Cata la escucharon así que también se despertaron, pero por lo menos no gritando. Las dos se preguntaron qué estaba pasando, pero cuando vieron a Juana se dieron cuenta de lo ocurrido. Cuando se calmó, empacaron todo para seguir viaje. 

Cerca de ahí vieron un camino estrecho y lo tomaron, era largo y las llevó a un puente viejo con cuerdas que parecía que apenas lo pisaran se fuera a deshacer. A Juana le daban miedo los puentes colgantes, por eso Greta amablemente la tomó de la mano y la llevó hasta el otro lado sin caerse, sana y salva. Ahora era el turno de Cata, ella se tomó muy fuerte de las cuerdas que lo sujetaban, y de repente se empezaron a salir las tablas. Cata tuvo un poco de pánico, pero la cuerda no se había soltado, así que se tomó más fuerte de lo que se había agarrado antes. Poco a poco Cata llegó al final del puente, todas se alegraron, felices porque pudieron pasarlo.  Ahora sí se podían subir al caballo que estaba sediento, las chicas lo llevaron a tomar agua a un pequeño arroyo.

Cuando siguieron su viaje hacia las sierras cordobesas se encontraron con una pequeña toldería azulada en medio de dos árboles, entraron y vieron a un anciano de ochenta y siete años meditando. Él era un sabio, así que las tres niñas le preguntaron si las podía ayudar. Él intento ayudarlas con la prueba y les dijo:

– Crean en todo lo extraordinario, magnífico y bueno, pero ignoren lo malo, lo aburrido y de terror.

Las tres escucharon todo atentamente, se despidieron de él, le agradecieron y se fueron. A mitad de camino se encontraron una tortuga dada vuelta, la ayudaron a levantarse, y mientras lo hacían observaron que en su boca tenía un cartón; sacaron de su boca el cartón y en él vieron que estaba escrito “SCIENTHIA”; para ellas eso fue extraordinario. Después de dos horas se encontraron con “Doña Multicolores”. Le decían así porque ella siempre se ponía ropa de todos los colores que no combinaban para nada. A Doña se le había trabado el vestido bajo una enorme roca y Juana, Cata y Greta la ayudaron a levantar la roca para que pudiera seguir camino. Ella les agradeció y en ese mismo momento les dijo “THEORÍA”, y entonces eso lo creyeron porque era magnífico. Después vieron alguien que le daba de comer a unos humildes hombres, esos señores le dijeron “CUM PRAXIS”, eso fue bueno, así que lo creyeron.

Intentaron entender el sentido de esas palabras y se dieron cuenta de que cada una formaba parte de una oración. Greta gritó: “SCIENTHIA CUM PRAXIS”. Ella había visitado la Academia con su padre y en un pasillo había visto un cuadro con esa frase. 

Rápidamente fueron hasta la Academia para ver si encontraban el cuadro. La Academia estaba en construcción todavía, pero el cuadro allí estaba. Greta lo había visto.

– ¡Estoy muy feliz, seguro que aquí está el mapa que nos pidió Sarmiento y terminamos con las pruebas! – dijo Greta, y Cata le dio un fuerte abrazo. Entonces las tres pasaron la calle de piedra donde estaba la manzana jesuítica lo más rápido que podían. Al llegar a la puerta vieron que estaba cerrada. Juana guardaba en su mochila un mapa muy viejo de la Academia que pertenecía a su abuela. Lo sacó y vieron que el edificio tenía una puerta trasera; entonces las tres fueron corriendo hasta allá. La abrieron y pasaron, adentro se veía todo muy oscuro. Greta encendió una antorcha, ahora se veía todo más iluminado. La antorcha les sirvió porque había un pasillo con todas las luces apagadas; ese era el pasillo del cuadro que buscaban, así que siguieron caminando. En ese instante Greta recordó que estaban cerca porque cuando había pasado con su padre estaba el diploma que decía: 

Domingo Faustino Sarmiento, nacido el 15 de febrero de 1811, Nos complace informarle que esta aceptado para construir su Academia Nacional de Ciencias de Córdoba. Congreso Nacional de Córdoba Septiembre 11, 1869.

Finalmente habían llegado al cuadro buscado. Dos de las chicas lo dieron vuelta y encontraron un gran agujero lleno de telas de araña. A Cata no le gustaban las arañas, entonces pasó primero Greta, después Juana y por último Cata quejándose. Cuando entraron al agujero vieron una puerta muy vieja cerrada con llave, entonces Juana miró para el costado y en ese momento vio que estaba colgada la llave; la sacó y abrió la puerta. La cerradura estaba un poco oxidada, pero igual la pudo abrir. Entraron. En la habitación había una mesa con un elegante mantel de rosas, y sobre la mesa estaba el primer mapa de la capital de Córdoba. Todas muy felices se abrazaron y lloraron de emoción.

Greta dijo en voz alta: – Cata y Juana, sin ustedes no hubiese podido haber hecho toda esta aventura y tampoco podría haber entrado a este maravilloso trabajo que toda mi vida he soñado. Podré trabajar con mi padre, algo que no es común en esta época y gracias a ustedes lo he logrado. 

Sin perder más tiempo fueron corriendo y buscaron a Sarmiento. Lo encontraron en una habitación grande frente a un invento extraño. Sarmiento saltó de la emoción y las felicitó. En ese momento Greta se animó a preguntarle qué estaba haciendo. Sarmiento contestó: – Yo sabía que ustedes iban a lograr esto, así que quise no solo que trabajaran en mi Academia, sino que también pensé que … querrían volver a sus casas. Desde que las vi supe que no pertenecían a esta época.

Y en ese momento les mostró su invento. Las chicas al verlo se asombraron mucho y gritaron: – ¡Es la máquina del tiempo! Entonces Greta dijo tristemente: – Creo que ya es hora de despedirse. 

Juana y Cata se miraron y decidieron que se quedarían un tiempo más en 1872 trabajando para la Academia y con Greta.

Sarmiento entusiasmado porque sabía que su invento había funcionado, les contó que tenía un hijo adoptivo llamado Dominguito Faustino Sarmiento y una hija llamada Ana Faustina Sarmiento.

Años más tarde Dominguito se casó con la amiga de Greta que tuvo un hijo. Las chicas crecieron y tuvieron un empleo. Greta tuvo el trabajo de estar en el museo de la Botánica junto a su padre, Cata ayudaba en el museo de Zoología y Juana, a la que le encantaban los dinosaurios, iba a ayudar en el museo de Paleontología.

Pasaron unos años y las chicas decidieron volver a 2019, pero antes dejaron un diploma colgado en la pared que decía:

En homenaje a Domingo Faustino Sarmiento: Gracias por habernos ayudado en 1872 y darnos la oportunidad de trabajar para la formación de la Academia. Te lo agradecemos. Juana, Greta, Cata y tu familia.

Al llegar a 2019, vieron el cuadro avejentado y una foto de ellas. Lloraron mucho de la emoción.