Por Ingrid Vultorius de Arias, mamá de Blanca de sala de 3
El día de la familia es un momento muy especial, en donde se mezclan la expectativa, el orgullo y la curiosidad de los padres, la alegría y la vergüenza de los más pequeños y, en algunos casos, incluso el enojo de que mamá y papá están irrumpiendo en ese espacio tan mágico que es de ellos. Es un momento en donde muchos recuerdos de nuestra propia infancia vienen a la mente, quizá algo de nostalgia por ese tiempo tan feliz, en donde todo parece juego pero tanto se está aprendiendo.
Saludos entusiastas antes de ingresar al aula, padres gigantes que se acomodan en sillas pequeñas, algunas sonrisas nerviosas y mucha, mucha expectativa. Un saludo inicial rompe el hielo, una primera actividad nos hace entrar en calor y luego todo es pura alegría y risas. Los padres vuelven a esa hermosa infancia y pierden completamente el miedo al ridículo. Bailes, posturas raras, corridas, juegos con la pelota, actividades que son una genialidad por su simpleza y disfrute.
Nos llenamos de orgullo al ver que nuestros hijos no solo entienden sino también hablan en alemán, cantan y hasta saben sentarse en una ronda en forma silenciosa para hacer una pequeña meditación. Y nos sorprende porque descubrimos nuevas habilidades y actitudes en nuestros hijos que no habíamos notado en casa. Y es entonces en donde sabemos que fue una acertada decisión enviarlos a este Kindergarten y sentimos una profunda admiración por sus maestras.