POR Catalina P. M

Relato en primera persona: una alumna nos cuenta su experiencia en Boquerón

El 29 de junio partimos con un grupo de docentes y estudiantes hacia San José de Boquerón, Santiago del Estero. Fuimos con muchas expectativas sobre lo que podíamos enseñar y aprender allí, pero también con algo de temor ante lo que nos podríamos encontrar.
Ese mismo día aterrizamos en el aeropuerto de Tucumán, desde donde un micro nos llevó hacia la Escuela 806, que nos recibió con mucho amor y cariño.

Todas las mañanas nos levantábamos a las 7:00 am con ansias de volver a ver a los niños y abrazarlos, como ellos lo hacían cada día. Izábamos la bandera y rezábamos junto a todos los alumnos y profesores. Ellos le tienen un gran respeto a la bandera y, al terminar, saludan a todos con un “buenos días, señora directora”. Nos conmovía mucho y lo valoramos más cada día. A medida que pasaban los días, conocimos a muchos chicos nuevos, que podríamos considerar nuestros mejores amigos. Aprendimos y enseñamos cada día más. Ellos nos rodeaban de abrazos, regalándonos su confianza y amor.

Enseñamos sobre reciclaje, el uso de hornos solares, prevención para adolescentes, cómo controlar las emociones y mucho más. Ellos nos enseñaron a valorar las pequeñas cosas y a agradecer lo que la vida nos da. El cariño que nos ofrecieron cada día es algo que nunca olvidaremos. A veces, salir de nuestro entorno es una experiencia grandiosa para aprender y descubrir cosas nuevas. Durante nuestra estadía, visitamos diferentes escuelas y comunidades, llevándonos nuevas anécdotas y aprendizajes de cada una de ellas.

En el jardín de infantes y en la primaria, dimos charlas de prevención bucal. En los grados superiores de primaria, enseñamos sobre las emociones. Con la secundaria, trabajamos temas de prevención para adolescentes. También compartimos momentos con los padres, con quienes hicimos actividades como el bingo, y les dimos una charla sobre prevención para sus hijos.

Además, conocimos una comunidad de pocos recursos llamada “Iskay Pozo”. Allí solo había tres aulas muy angostas. Nos recibieron con mucha amabilidad y realizamos manualidades juntos. Repartimos cartucheras para los niños, y la alegría que mostraban era inexplicable. Nos llenó de felicidad y nos conmovió profundamente.

También visitamos una escuela secundaria. Las primeras impresiones no fueron las esperadas debido a la similitud de edades, pero, como ocurrió a lo largo de este viaje, logramos revertir la situación como grupo y conocernos más entre nosotros. Nos recibieron con los brazos abiertos y nos enseñaron muchas cosas, entre ellas, recetas de cocina.

El 1 de julio llegó el día más esperado: por la noche, llegó un camión lleno de donaciones. Con gran entusiasmo, esperamos al día siguiente para descargarlo. Había muchas personas de diferentes comunidades esperando con alegría sus donaciones. Todos ayudamos a descargar el camión. Gracias a la Goethe-Schule, que hizo posible la llegada del camión y lo llenó de cosas útiles, pudimos ver la emoción y el amor de la gente, algo que nos conmovió profundamente.

Gracias a los docentes que nos acompañaron, logramos muchas cosas valiosas y enseñamos temas nuevos. Nos apoyaron en cada uno de los proyectos que llevamos a cabo.

El primer día, recibimos un cuaderno de reflexión. Cada noche, nos acostábamos en nuestras bolsas de dormir y reflexionábamos juntos sobre lo vivido durante el día y cómo nos había impactado. Esto nos ayudó a pensar sobre los nuevos estilos de vida que conocimos y lo que aprendimos a lo largo de cada jornada.

Fuimos conociendo muy poco el grupo con el que viajábamos y volvimos con un grupo grandioso y unidos que cada día compartimos más risas y anécdotas. Alcanzamos nuestras metas y regresamos con mucho más de lo que esperábamos. Al final, todo se logra cuando todas las partes, alumnos, profesores, madres solidarias y todas las personas que conocimos allá, se involucran.

Las personas que conocimos en esos siete días nos enseñaron su cultura, el respeto y el amor por la bandera, y, sobre todo, nos abrieron las puertas de su hogar. Todo esto hizo que la última noche, la de la despedida, fuera inolvidable. Las diferentes comunidades nos ofrecieron comidas y nos dedicaron palabras que quedarán para siempre en nuestros corazones, como las palabras que también les dedicamos a ellos. Todos los sentimientos y aprendizajes que experimentamos durante esos días hicieron que esa última noche se nos cayera una lágrima a todos.

El sentimiento de estar allá es indescriptible: te sentís la persona más querida del mundo. Las sonrisas y los abrazos que recibimos cada mañana nos llenaban de amor. Por eso, el regreso a casa fue tan complicado, pero lo importante es el por qué fue tan difícil. Sentíamos como si nuestra batería se recargara ahí. Todos esos vínculos y aprendizajes que hicimos allá quedarán siempre en nuestro corazón.

Gracias a la Goethe-Schule, que nos brindó esta gran oportunidad de conocer nuevos estilos de vida y, sobre todo, de aprender cómo funciona la solidaridad entre todos. Gracias a todo lo que aprendimos y al cariño que recibimos, volvimos con el corazón lleno de amor y alegría.

Catalina P. M.

4° año de Secundaria