(Por Delfina A.C., Chiara F., Josefina N.B. e Isabella P.C. de 3º año EP)

Un día de 2019 unas amigas estaban estudiando en la casa de Perla, la dueña de la casa. De repente empezaron a escuchar ruidos en el techo, pero lo extraño era que la casa no tenía primer piso, entonces se miraron. Decidieron investigar de dónde venían esos ruidos molestos y descubrieron que había un ático. Perla se dio cuenta de que sus papás tenían un secreto porque nunca le habían dicho que eso existía.

Había una puertita secreta que abrieron y se encontraron con un baúl lleno de recuerdos del abuelo de Perla que había muerto hace muchos años. Mientras revisaban comenzaron a sentir otra vez los ruidos. ¡Era que los cuadros del ático se movían! Se quedaron con la boca abierta cuando vieron que un cuadro señalaba una caja y cuando se acercaron a ella encontraron libros y fotos de un antepasado de Perla. Era su tatarabuelo llamado Hendrik Weyenliegh, había cosas sobre una Academia de Córdoba, también una foto con Sarmiento y de repente empezó a salir humo. Estaban aturdidas y no entendían qué pasaba.

El humo comenzó a irse y ellas a poder mirarse y sentirse mejor. Cuando salieron del ático se dieron cuenta de que ya nada era igual. Había muebles viejos, no había autos y encontraron un diario en la puerta de la casa. ¡Estaban en 1875!

Por la calle reconocieron a Sarmiento que iba a la Academia de Ciencias y le pidieron ir allá. Pensaron que si encontraban a Hendrik podrían entender lo que había pasado.

Cuando llegaron se encontraron con el bisabuelo que estaba muy contento porque la máquina que estaba inventando había funcionado en 2019 y nada más y nada menos que con su tataranieta.

Todos emocionados charlaron de todo y Perla se dio cuenta por qué le gustaban tanto las clases de Ciencias en la escuela.

– Claro, Perla, lo llevás en la sangre- dijo su tatarabuelo. Además, pudimos comprobar que funcionó nuestro invento. A veces los científicos hacemos cosas que se prueban muchos años después y no llegamos a verlas.

Entonces llegó el momento de despedirse. Las chicas volvieron al ático, donde estaban sus padres muy enojados y preocupados.  Ellas les contaron la aventura. Primero sus padres no les creyeron, pero después de conocer los detalles se dieron cuenta de que tenía que ser verdad y que esa máquina tan especial de la que les habían hablado tenía como meta viajar en el tiempo.