Por Milagros de S. y Ferrando P.H. (5º C de Secundaria)
El pasado 17 de marzo, los alumnos y alumnas de 5ª Año CDE de la Secundaria visitamos el Museo del Holocausto de Buenos Aires y la muestra “ Violins of Hope”, organizada por el Museo y la Embajada de Alemania en Buenos Aires, acompañados por el director general de nuestro colegio, Philipp Wehmann, la profesora de Alemán Susanne Hoepner y la profesora de Historia Jacqueline Rajmanovich.
Desde el equipo directivo y desde la coordinación de las materias en Alemán nos invitaron a redactar este artículo sobre nuestra visita. A la vez, a nosotros nos pareció muy importante contar lo que pudimos aprender y vivir en el Museo del Holocausto de Buenos Aires como alumnos de una escuela alemana.
El Museo del Holocausto de Buenos Aires se encuentra en pleno corazón de la ciudad, en la calle Montevideo 919. En su moderno edificio expone al público, mediante documentos y testimonios de sobrevivientes, las fases del genocidio que le costó la vida a 17 millones de personas, entre ellas seis millones de judíos europeos y otros 11 millones de personas, incluidos civiles soviéticos, polacos, prisioneros de guerra, discapacitados, homosexuales y miembros de las etnias sinti y roma.
Nuestro recorrido comenzó con el testimonio de una sobreviviente del Holocausto, Lea Zajac de Novera, quien desde hace 78 años vive en la Argentina. A través de una pantalla con un video interactivo, pudimos seguir su relato de cómo logró sobrevivir al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau . La experiencia, desarrollada por el Museo del Holocausto de Buenos Aires en conjunto con la University of Southern California (USC) Shoah Foundation , se llama Dimensions in Testimony.Lea fue entrevistada durante casi 25 horas y respondió a casi 1000 preguntas para recopilar toda su historia.
Su testimonio comienza contándonos que logró sobrevivir al hambre en ese «infierno» soñando todas las noches «con un árbol de panes». A partir de un breve resumen de cómo era su vida al comenzar la Segunda Guerra Mundial, Lea nos contó que en 1939 había terminado la escuela primaria y que 1º de septiembre de ese mismo año estaba por empezar la escuela secundaria el cuando se desató la Segunda Guerra Mundial y comenzó el bombardeo de Alemania sobre Polonia. En ese entonces, Lea vivía en una pequeña ciudad a 200 kilómetros al este de Varsovia con su familia, conformada por cinco integrantes. Diez días después, tuvo que huir con su familia al pueblo de sus abuelos paternos, ya que las tropas alemanas estaban cada vez más cerca. Su mamá era la mayor de cuatro hermanas y mientras se alojaban en la casa de sus abuelos, llegó el Ejército Rojo. Stalin había firmado en agosto de 1939 un pacto de no agresión con Hitler, por el que se dividieron el territorio polaco en dos. Su ciudad había quedado bajo el dominio soviético y durante dos años pudo continuar sus estudios secundarios y su vida con algo de tranquilidad. Sin embargo, a finales de 1941, Hitler rompió el pacto de no agresión con la Unión Soviética y Lea tuvo que abandonar su ciudad para dirigirse a un gueto. Mujeres y niños fueron trasladados en camiones hasta allí, mientras que los hombres fueron enviados a un pueblo a 60 kilómetros de distancia. Dos días después, solo algunos de ellos volvieron al gueto con sus familias. A partir de ese momento comenzaron las hambrunas y tuvieron que vivir en pequeñas habitaciones compartidas con otras familias. Estar todos juntos y rodeados de amor les daba esperanza de que en algún momento esa realidad terminaría. Sin embargo, muchos niños y ancianos no lograron aguantar estas condiciones de vida y murieron.
En 1943, la Bundeswehr, el Ejército alemán, había avanzado sobre el frente oriental, pero el Ejército Rojo logró recuperar territorio luego de la batalla de Stalingrado. Lea y su familia fueron transportados en camiones de ganado hacia Auschwitz-Birkenau, donde asesinaron a la mayoría de sus parientes, unas 80 personas, por lo que ella se quedó sola con su tía durante dos largos años. La vida allí era muy triste, tenía mucho miedo e intentaba de todo para sobrevivir un día más. Tuvo que cargar escombros durante dos meses, lo que le causó dolor en las piernas y por eso le asignaron otro trabajo: coser la ropa de las personas que habían sido exterminadas en las cámaras de gas. No duró mucho tiempo, no era muy hábil cosiendo y tuvo que volver a su trabajo anterior hasta que la internaron en el “hospital” del campo.
En enero de 1945, las tropas soviéticas llegaron a territorio polaco y encontraron en los campos de exterminio los crematorios y las cámaras de gas y evacuaron a los sobrevivientes. Durante cuatro meses, Lea fue arrastrada por los caminos de Alemania en las Marchas de la Muerte, hasta que el Ejército Rojo la liberó el 23 de abril de 1945, a orillas del río Elba. Pero no todos pudieron correr con la misma suerte: muchos fueron fusilados cuando no pudieron seguir caminando.
Cuando terminó de contarnos cómo fue su vida en Auschwitz, pudimos realizarle preguntas a través de la pantalla interactiva. La primera fue si odiaba a los alemanes. Nos respondió que no, que no se puede odiar a todo el pueblo por lo sucedido, ni tampoco generalizar. Después le preguntamos sobre su viaje a la Argentina. Lea nos contó que fue en dos etapas: la primera en tren hasta París, dónde se alojó en un hotel “de cuarta”, pero muy agradecida por lo que pudieron conseguir. Allí estuvo tres meses, hasta que el cónsul uruguayo les dio la visa para viajar a Uruguay. En julio del año 1947 su barco zarpó y llegó un mes más tarde a Montevideo, donde permaneció otro mes más hasta que logró arreglar su situación para emigrar a la Argentina. Cuándo le preguntamos cómo sobrevivió, no supo darnos una respuesta. Dijo que no sabía por qué había sobrevivido y que esa era una pregunta muy compleja de responder. Pero añadió que lo que sí sabía es para qué había sobrevivido: para poder transmitir esta historia a las demás generaciones.
Después de escuchar el testimonio de Lea Zajac de Novera, nos llevaron a dar un recorrido por el museo, el cual comenzó con un mural de fotos que mostraba la vida de las familias judías antes del ascenso del nacionalsocialismo al poder. Las imágenes permitían ver cuán integradas estaban en la sociedad alemana. Para 1933, representaban el 0,7% de la población total. Con ello, la guía nos quiso decir que era muy difícil que los judíos hayan sido responsables de la derrota de la Primera Guerra Mundial, de lo cual el nacionalsocialismo los acusaba.
Luego pasamos a una pantalla interactiva, en la que pudimos ver cómo fueron prohibiéndoles a los judíos acceder a los espacios públicos, como escuelas, hospitales, playas y natatorios, y cómo fueron quitándoles derechos, como por ejemplo trabajar en el ámbito público como médicos y abogados, además de portar objetos de valor, armas y manejar vehículos. Después vimos un mural con personalidades judías destacadas del ámbito intelectual, como Hannah Arendt, Albert Einstein y Sigmund Freud, entre tantos otros, que lograron escapar de la persecución nazi. Finalmente pasamos a otro mural muy importante para entender cómo fue la operación mediante la cual se buscó crear la imagen de que el judío era el enemigo del pueblo alemán. La propaganda nazi antisemita y antijudía fue esencial para hacerle creer a los alemanes que los judíos eran responsables der todos los males que Alemania estaba viviendo: los culpabilizaban por haber perdido la Primera Guerra Mundial y por las crisis económicas y financieras. Pudimos ver panfletos y hasta un cuento infantil en el que se representaba al judío como un hongo venenoso, Der Giftpilz, dando a entender que había arrancarlos de raíz por su peligrosidad. Era recurrente ver en estos panfletos de propaganda la estigmatización de los judíos, retratándolos como personas narigonas, orejudas y de barbas largas. Y siempre representados como una amenaza.
Pudimos comprender que el Holocausto tuvo un punto de inflexión el 9 de noviembre de 1938, conocido como la Noche de los Cristales Rotos o la Novemberpogromnacht, cuando se pasó de la discriminación a la violencia física y a la deportación de los judíos. A partir de ese año, comenzaron a concentrarlos en guetos. En un cubículo pudimos ver imágenes del Gueto de Varsovia. Niños muy pequeños desnutridos, deambulando por las calles, acostados en las veredas o siendo detenidos por los nazis por contrabandear zanahorias.
Todas estas personas, si no fallecían por inanición, eran enviadas a los campos de exterminio.
Cuando terminamos de recorrer el museo, pudimos participar de la muestra “Violins of Hope” y escuchar la charla de Avshalom Weinstein, luthier israelí, nieto del creador de este proyecto, Moshe Weinstein, y responsable actual de restaurar una colección de mas de 16 violines relacionados con el Holocausto, quien nos transmitió un un mensaje de esperanza: según dijo, el sonido de estos violines da testimonio de sus dueños asesinados. Avshalom nos contó cómo comenzó este proyecto: “Mi abuelo llegó desde Vilna en 1938 y en 1939 abrió su taller en Tel Aviv. Él tenía diez hermanos y perdió a toda su familia, excepto a uno de sus hermanos. Y mi abuela perdió a toda su familia. Eran ocho hermanos”. En 1945, al término de la Segunda Guerra Mundial, muchas personas en Israel no querían saber nada con lo que fuera de origen alemán. Por eso muchos músicos le vendieron sus violines a su abuelo, Mosche. Este los compró sabiendo que nunca más los vendería. “Y se quedó con esa colección por muchos años”, contó su nieto. “Hoy ya no tenemos muchos sobrevivientes. Tenemos que asegurarnos de que las generaciones más jóvenes conozcan la historia y hacerlo a través de la música nos parece una buena manera”, señaló refiriéndose a “Violins of Hope”.