Por Mayra de los Ángeles K.
Hace algunos años, una chica llamada Astrid vino a nuestro campamento. Ya el primer año, un hombre la quiso envenenar. Vomitó sangre y empezaba a parecer más un animal que un humano. Si no hubiéramos tenido un médico allí, ella podía haber muerto. Pero eso no fue todo.
Desde el primer día que llegó a nuestro campamento, le dijimos que no podía ir al bosque. Pero ella se fue durante la noche, cuando estábamos jugando a las escondidas. La estuvimos buscando durante cuatro días, hasta que la encontramos al borde del bosque. Nuestro líder del campamento estaba muy enojado con ella. Él dijo que Astrid no podía ir a ningún lugar más sola y eligió una chica que siempre tendría que estar con ella.
Pasaron los años y Astrid y la chica empezaron a ser muy buenas amigas, hacían todo juntas y se querían mucho. Una noche, estabámos jugando «Verdad o Reto» en una carpa, y la chica dijo que, en realidad, Astrid no le caía bien. En ese momento, Astrid pasó por al lado de la carpa y escuchó todo.
Astrid le quería regalar a su amiga un cuchillo de bolsillo para que pudiera tallar un palo. Pero estaba muy triste en ese momento y se mató con el cuchillo. Nadie sabía que Astrid se había suicidado hasta que salió el Sol. La chica quiso ir al baño y cuando abrió la puerta de la carpa, la vio. Ella empezó a llorar y a gritar… gritaba malas palabras hacia el cielo.
Cavó una tumba para Astrid… y una de más. No sabíamos en este momento por qué.
De este día, la chica no comió nada más. Tampoco crecía.
Una noche, hicimos un fogón enorme y todos estábamos felices porque hicimos la peligrosa Triple Carrera. La chica ya era demasiado chiquita y nadie la veía, hasta que un chico, sin querer, la empujó hacia el fogón. Escuchamos gritos que hasta el día de hoy no puedo ni siquiera volver a imaginar.
Vimos a la chica en el fogón y todo su cuerpo estaba sangrando: la sangre era tan roja como un corazón roto y su cara estaba roja también; no tenía más ojos… sólo huellas con sangre y músculos. Su mirada era triste y también muy dolorosa, hasta que gritó tan fuerte que hubo silencio en todo el bosque y todos los pájaros se echaron a volar y se fueron. Vimos cómo su cuerpo empezó a caer en cámara lenta sobre el fuego, arriba de la madera que habíamos conseguido para el fogón.
Esa noche fue la peor noche de mi vida. Todavía escucho los gritos de ella, que lentamente destruyen mi corazón. Si se preguntan por qué los gritos están matando lentamente mi corazón, la respuesta es… ella, la chica, era mi hermana pequeña.